segunda-feira, 28 de fevereiro de 2011

Antonio Cañizares: “Solo la vida litúrgica podrá volvernos verdaderamente a Dios”



El Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos habla de la  “reforma de la reforma”

¿Hay un retroceso en materia litúrgica? ¿Cuáles son las claves de la “reforma de la reforma”?

No sé si podemos hablar de retroceso, porque primero habría que saber si antes ha habido o no un avance, o en qué puntos y en qué aspectos se ha dado ese progreso; también pudiera suceder que, en algunas ocasiones y subjetivamente, se haya considerado o visto como avance lo que en realidad no lo era, o no lo era suficientemente, o no se apoyaba en los fundamentos en que debería sustentarse. Nadie puede poner en duda que el Vaticano II ha puesto la sagrada liturgia, con la Palabra de Dios, en el centro de la vida y misión de la Iglesia; es muy significativo, en el lenguaje de los acontecimientos por los que Dios habla, el hecho de que la Constitución Sacrosanctum Concilium fuese el primer texto aprobado; es innegable, además, que desde allí se ha producido una gran renovación litúrgica.

Ahora bien, ¿se puede afirmar que todo lo que se ha hecho y hace es la renovación querida por el Concilio? ¿La renovación querida e impulsada en verdad por el Concilio ha penetrado suficientemente y ha llegado a sus aspectos medulares en la vida y misión del Pueblo Dios? ¿Se puede llamar renovación conciliar y desarrollo a todo lo que ha venido después? Hemos de ser humildes y sinceros: ¿la principal y gran llamada del Concilio a que la liturgia fuese la fuente y la meta, la cima de toda la vida cristiana, se está cumpliendo en la conciencia de todos, sacerdotes y laicos, o, al contrario, está aún muy lejos de que sea así? ¿El pueblo de Dios, fieles y pastores, vive de verdad de la liturgia, está en el centro de nuestras vidas? ¿Se han enseñado y asimilado las enseñanzas conciliares, se ha mantenido una fidelidad a las mismas, o se las ha interpretado correctamente en la clave de la continuidad que pide el Papa?

No planteo preguntas retóricas; hoy es muy necesario hacérselas. Las respuestas siempre nos volverán al mismo origen: al Concilio. Por eso, las claves por las que usted me pregunta para la así llamada “reforma de la reforma” no son otras que las ya dadas por el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium y el posterior magisterio de los papas, que indican e interpretan auténticamente sus enseñanzas conforme a una “hermenéutica de la continuidad”.

En eso estamos. Añado: vivimos una situación dramática caracterizada por el olvido de Dios y el vivir como si Dios no existiese; esto, como es evidente y palpable, está teniendo unas gravísimas consecuencias para los hombres. Solo la vida litúrgica puesta en el centro de todo, solo una renovación litúrgica en profundidad, solo el devolver a la liturgia, singularmente a la Eucaristía, el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia, de los sacerdotes y fieles, tal como la Iglesia la entiende, la orienta y la regula, en fidelidad a su naturaleza y a la Tradición, podrá volvernos verdaderamente a Dios, situar a Dios en el centro, fundamento, sentido y meta de todo, y así hacer posible una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos que adoran a Dios, abrir caminos de esperanza e iluminar el mundo con la luz y belleza de la caridad que de la liturgia brota: la liturgia nos sitúa ante Dios mismo, la acción de Dios, su amor; solo podremos impulsar una urgente y apremiante nueva evangelización si la liturgia recobra el lugar que le pertenece en la vida de todos los cristianos.

Es preciso, según veo, reconocer que la liturgia hoy no está siendo el “alma”, la fuente y la meta de la vida de muchos cristianos, fieles o sacerdotes: ¡cuánta rutina y mediocridad, cuánta trivialización y superficialidad se nos ha metido!; ¡cuántas misas celebradas de cualquier manera o participadas en cualquier disposición!; de ahí nuestra gran debilidad. Es muy necesario llevar a la conciencia de los fieles que la liturgia es, ante todo, obra de Dios, y que nada se puede anteponer a ella. Solo Dios, la “revolución de Dios”, Dios en el centro de todo, podrá renovar y cambiar el mundo.

Se habla mucho de una reestructuración del dicasterio que preside, el cual perdería todo lo correspondiente a la disciplina de los sacramentos. ¿Qué puede decirnos de eso?

Entre los proyectos inmediatos, en el marco de la respuesta que la Congregación ha de dar a los presentes desafíos, tenemos el de la reestructuración del dicasterio, que afecta, por ejemplo, a la creación de una sección nueva para la música y el arte sagrados al servicio de la liturgia; otro aspecto de esta misma reestructuración se refiere a la transferencia a otro organismo de la Santa Sede del “oficio matrimonial” para el caso del matrimonio “rato y no consumado”; ya pasó, hace años, a Clero, la dispensa de las obligaciones sacerdotales.

Por ahí ha corrido, como usted dice, que ya no se va a ocupar de los sacramentos, o que va a desaparecer de nuestra competencia el aspecto de la “disciplina” de los sacramentos; ambas cosas son imposibles, ya que liturgia y sacramentos van unidos, son una misma cosa, y, además, la disciplina pertenece a la misma entraña de los sacramentos y de la liturgia; la liturgia siempre comporta una regula, una regulación, también canónica, y esto es algo que se debe cuidar y atender con suma diligencia: se trata, en último término también, del ius divinum, que está en juego en la disciplina de los sacramentos.

Hay normas que cumplir, un derecho que acatar –el de Dios– y también abusos que corregir. Por eso, en modo alguno desaparece de la Congregación la “disciplina de los sacramentos”; al contrario, quedará reforzada. Por lo demás, todo ello permitirá dedicar y concentrar la mayoría de los no pocos esfuerzos y trabajos que se necesitan en todo aquello que posibilite intensificar el movimiento litúrgico que sigue vivo, como obra del Espíritu Santo, del Vaticano II.

Fuente: Vida Nueva

sábado, 26 de fevereiro de 2011

O Papa: Aborto não resolve nada pois mata as crianças e destrói as mulheres


Pope Benedict XVI  (C) salutes the members of general assembly of the Pontifical Academy for Life in the Clementine hall at the Vatican on February 26, 2011.

VATICANO, 26 Fev. 11 / 06:34 pm (ACI) Ao receber este meio-dia (hora local) os participantes da assembléia geral da Pontifícia Academia para a Vida, o Papa Bento XVI assinalou que o aborto não resolve nada, ao contrário, mata uma criança, destrói a mulher, cega a consciência do pai da criatura e arruína a família.

Em seu discurso na Sala Clementina do Vaticano, o Papa explicou que o síndrome pós-abortiva, um dos temas da assembléia, "revela a voz insuprimível da consciência moral e a ferida gravíssima que ela sofre cada vez que a ação humana atraiçoa a inata vocação do ser humano ao bem, que a ação testemunha."

Com o aborto, a consciência moral se vê ofuscada, mas nunca deixa de ser "aquele juízo da razão, pelo qual a pessoa humana reconhece a qualidade moral dum ato concreto que vai praticar, que está prestes a executar ou que já realizou" . É, de fato, missão da consciência moral discernir o bem do mal nas diversas situações da existência, a fim de que, com base nesse juízo, o ser humano possa, livremente, orientar-se para o bem".

Bento XVI disse logo que "a quantos desejariam negar a existência da consciência moral no homem, reduzindo a sua voz ao resultado de condicionamentos externos ou a um fenômeno puramente emocional, é importante rebater que a qualidade moral do agir humano não é um valor extrínseco talvez opcional e não é nem mesmo uma prerrogativa dos cristãos ou dos fiéis, mas acomuma todo o ser humano".

"Na consciência, o homem todo inteiro – inteligência, emoção, vontade – realiza a sua vocação ao bem, de forma que a escolha pelo bem ou pelo mal nas situações concretas da existência chega a assinalar profundamente a pessoa humana em toda a expressão de seu ser".

O Papa recordou também que "quando o homem refuta a verdade e o bem que o Criador lhe propõe, Deus não o abandona, mas, exatamente através da voz da consciência, continua a procurá-lo e a falar com ele, a fim de que reconheça o erro e se abra à Misericórdia divina, capaz de curar qualquer ferida".

Bento XVI se referiu logo aos médicos afirmando que "não podem fazer pouco caso da séria missão de defender do engano a consciência de muitas mulheres que pensam encontrar no aborto a solução para dificuldades familiares, econômicas, sociais, ou a problemas de saúde da sua criança".

"Especialmente nessa última situação, a mulher é muitas vezes convencida, às vezes pelos próprios médicos, de que o aborto representa não somente uma escolha moralmente lícita, mas mesmo um necessário ato "terapêutico" para evitar sofrimentos à criança e à sua família, e um 'injusto" peso à sociedade".

Sobre este tema o Santo Padre precisou que "cenário cultural caracterizado pelo eclipse do sentido da vida, em que se é muito atenuada a comum percepção da gravidade moral do aborto e de outras formas de atentados contra a vida humana, pede-se aos médicos uma especial fortaleza para continuar a afirmar que o aborto não resolve nada, mas mata a criança, destrói a mulher e cega a consciência do pai da criança, arruinando, frequentemente, a vida familiar".

"Tal tarefa, todavia, não diz respeito somente à profissão médica e aos agentes de saúde. É necessário que a sociedade toda se coloque em defesa do direito à vida do concebido e do verdadeiro bem da mulher, que nunca, em nenhuma circunstância, poderá se realizar na escolha do aborto".

Nesse sentido o Papa recordou que “também será necessário – como indicado pelos vossos trabalhos – não esquecer os auxílios necessários às mulheres que, tendo infelizmente já recorrido ao aborto, estão agora experimentando todo o drama moral e existencial. Múltiplas são as iniciativas, em nível diocesano ou de parte de voluntariados, que oferecem apoio psicológico e espiritual para uma recuperação humana plena. A solidariedade da comunidade cristã não pode renunciar a esse tipo de corresponsabilidade".

Bento XVI também se referiu ao segundo tema da assembléia, os bancos de cordões umbilicais, alentou estas iniciativas solidárias e ressaltou a validez ética destes trabalhos, especialmente no campo das células tronco para evitar a eliminação de embriões humanos.

“Convido, portanto, todos vós a fazer-vos promotores de uma verdadeira e consciente solidariedade humana e cristã”, finalizou o Papa.

Le domeniche prequaresimali nella tradizione bizantina



Dammi tu una parola o Parola del Padre

di MANUEL NIN

La prima delle domeniche si chiama del Fariseo e del pubblicano, dalla pericope di Luca, 18, 10-14. Nell'ufficiatura del mattutino, il canone di questa domenica è attribuito a Giuseppe di Nicomedia (IX secolo). Dall'inizio l'autore fa notare come le parabole di Cristo sono tutte un'esortazione del Signore stesso alla conversione: "Il Cristo, inducendo tutti con le sue parabole a correggere la propria vita, solleva il pubblicano dalla sua umiliazione, umiliando il fariseo che si era innalzato".

Cristo stesso è modello di umiltà nella sua incarnazione: "Perfetta via di elevazione ha reso il Verbo l'umiltà, umiliando se stesso sino ad assumere forma di servo. Sempre guidandoci alla divina elevazione, il Salvatore e Sovrano, come mezzo per elevarci, ci ha indicato l'umiltà: egli ha infatti lavato con le proprie mani i piedi dei discepoli". Tutto il testo liturgico è una esortazione all'umiltà presentata come la prima delle virtù con cui iniziare il periodo dei digiuni: "Vedendo che dall'umiliazione viene una ricompensa che eleva, mentre dall'innalzarsi, una tremenda caduta, emula quanto ha di bello il pubblicano e detesta la malizia farisaica. Dalla temerità vien svuotato ogni bene, mentre dall'umiltà vien purificato ogni male: abbracciamola dunque, o fedeli". Il canone è pervaso dal movimento tra l'alterigia che abbassa e l'umiltà che innalza: "L'umiltà ha sollevato il pubblicano che, mesto e confuso per i suoi peccati, gridava al Creatore il suo "Sii propizio". L'alterigia ha invece fatto decadere dalla giustizia lo sciagurato fariseo millantatore: emuliamo dunque il bene, astenendoci dal male. Imitiamo il pubblicano dunque, tutti noi che siamo caduti nelle profondità del male; gridiamo al Salvatore dal profondo del cuore".

La seconda delle domeniche prende il nome di domenica del Figliol prodigo, dalla pericope di Luca, 15, 11-32. Il canone del mattutino è attribuito a Giuseppe l'Innografo (+886). A partire dalla parabola del Figliol prodigo, il canone sottolinea la misericordia e l'amore di Dio che accoglie come padre il peccatore che ritorna a lui: "La divina ricchezza che un tempo mi avevi dato, l'ho malamente dissipata: mi sono allontanato da te, vivendo da dissoluto, o Padre pietoso: accogli dunque anche me convertito. Apri dunque le tue braccia paterne, e accogli anche me, Signore, come il figliol prodigo". Cristo stesso, in diverse strofe viene presentato come padre che accoglie nella misericordia: "Totalmente uscito da me stesso, accoglimi, o Cristo, come il figliol prodigo. Aprendo compassionevole le braccia, accoglimi, o Cristo, ora che torno dalla regione lontana del peccato e delle passioni".

La misericordia di Cristo viene elargita anche per le preghiere e l'intercessione dei santi per il peccatore: "Per le preghiere degli apostoli, o Signore, dei profeti, dei monaci, dei martiri venerabili e dei giusti, perdonami tutte le colpe con le quali ho mosso a sdegno la tua bontà, o Cristo: affinché a te io inneggi e a te io renda gloria per tutti i secoli". L'autore mette in un parallelo quasi contrastante la povertà di Cristo nel suo uscire dal seno paterno per la sua incarnazione, e quella del figliol prodigo nel suo allontanarsi dalla casa paterna: "Gemi dunque, infelicissima anima mia, e grida a Cristo: O tu che volontariamente per me ti sei fatto povero, arricchiscimi, Signore, ora che sono divenuto povero di ogni opera buona, con abbondanza di beni, perché tu solo sei buono e pieno di misericordia".

La terza delle domeniche si chiama del Giudizio finale, dalla pericope di Matteo, 25, 31-46. Le odi del mattutino sono composte da Teodoro Studita (IX secolo) e in modo molto insistente e ripetitivo mettono in evidenza da una parte l'immagine quasi paurosa del giorno del giudizio, e dall'altra la richiesta di misericordia e di perdono presso Dio: "Tremo pensando al giorno tremendo della tua arcana parusia, con timore già vedo questo giorno in cui ti siederai per giudicare i vivi e i morti, o mio Dio onnipotente. Quando verrai, o Dio, con miriadi e migliaia di celesti principati angelici, concedi anche a me infelice, o Cristo, di venirti incontro sulle nubi. Possa anch'io misero udire la tua voce desiderata che chiama i tuoi santi alla gioia".

La quarta delle domeniche invece viene chiamata dei Latticini, dal fatto che indica l'inizio del grande digiuno, con l'astinenza anche dei latticini. Si legge la pericope Matteo, 6, 14-21. Il canone del mattutino è un testo anonimo, e si sofferma nella contemplazione dell'espulsione di Adamo ed Eva dal paradiso e del loro cammino di ritorno ad esso, cammino che diventa modello e immagine di quello quaresimale verso la Pasqua di Cristo. È sempre Adamo che parla in prima persona, piangendo il proprio peccato ed evocando le delizie del paradiso da cui è stato allontanato: "Su, misera anima mia, piangi ciò che hai fatto, ricordando oggi come nell'Eden ti sei lasciata spogliare e sei stata perciò cacciata dalle delizie e dalla gioia senza fine". Lungo il canone, l'Eden è sempre cantato come dono dell'amore e della condiscendenza di Dio verso l'uomo: "Per il tuo grande amore e la tua pietà, o Artefice del creato e Creatore di tutti, dalla polvere un tempo mi desti la vita, e poi mi comandasti di cantarti insieme ai tuoi angeli. Per la tua sovrabbondante bontà, o Artefice e Signore, tu pianti in Eden il delizioso paradiso, per farmi godere dei suoi frutti splendidi". Diverse delle odi personificano il paradiso che assieme ad Adamo piange con delle lacrime di pentimento, e il suono delle sue foglie diventa preghiera: "Prato beato, alberi da Dio piantati, soavità del paradiso, su di me dalle foglie, come da occhi, stillate lacrime perché sono nudo ed estraniato dalla gloria di Dio. Non ti vedo piú, non godo piú del tuo soavissimo e divino fulgore, o paradiso preziosissimo. Partecipa, o paradiso, al dolore del padrone divenuto povero, e col fruscio delle tue foglie supplica il Creatore che non mi chiuda fuori. O misericordioso, abbi misericordia di colui che ha prevaricato!". Infine, il testo si conclude con un parallelo tra l'Eden chiuso dopo il peccato di Adamo e il costato aperto di Cristo sulla croce: "Vedo il cherubino con la spada di fuoco che ha avuto l'ordine di custodire l'ingresso dell'Eden inaccessibile a tutti i trasgressori, ma tu, o Salvatore, togli per me ogni ostacolo. Confido nell'abbondanza della tua misericordia, o Cristo Salvatore, e nel sangue del tuo fianco divino, col quale hai santificato la natura dei mortali e hai aperto a quanti ti servono, o buono, le porte del paradiso, chiuse un tempo da Adamo". Tutto il testo è pervaso dalla piena fiducia nella misericordia divina: "Guida di sapienza, elargitore di prudenza, educatore degli stolti e protettore dei poveri, conferma, ammaestra il mio cuore, dammi tu una parola, o Parola del Padre, poiché, ecco, io non trattengo le mie labbra dal gridare: O misericordioso, abbi misericordia di colui che ha prevaricato!".

(©L'Osservatore Romano - 27 febbraio 2011)

sexta-feira, 25 de fevereiro de 2011

A Teologia da Liturgia, por Card. Ratzinger

Os nossos amigos da ARS nos presenteiam com a tradução de uma conferência do Cardeal Joseph Ratzinger sobre a Teologia Litúrgica pronunciada durante as famosas Journées Liturgiques de Fontgombault, na França, em 2001.

Para acessá-la em formato PDF clique aqui


quinta-feira, 24 de fevereiro de 2011

Catequese do Papa: São Roberto Belarmino e a conversão



Intervenção na audiência geral

CIDADE DO VATICANO, quarta-feira, 23 de fevereiro de 2011 (ZENIT.org) - Apresentamos, a seguir, a catequese dirigida pelo Papa aos grupos de peregrinos do mundo inteiro, reunidos na Sala Paulo VI para a audiência geral.

Queridos irmãos e irmãs:

São Roberto Belarmino, de quem eu gostaria de vos falar hoje, leva-nos à época da dolorosa divisão da cristandade ocidental, quando uma grave crise política e religiosa provocou o distanciamento de nações inteiras da Sé Apostólica.

Ele nasceu em 4 de outubro de 1542, em Montepulciano, perto de Sena, e era sobrinho, por parte de mãe, do Papa Marcelo II. Recebeu uma excelente formação humanística antes de entrar na Companhia de Jesus, em 20 de setembro de 1560. Os estudos de filosofia e teologia, que ele realizou no Colégio Romano, em Pádua e Lovaina, concentrando-se em São Tomás e nos Padres da Igreja, foram decisivos para sua orientação teológica. Ordenado sacerdote em 25 de março de 1570, foi, durante alguns anos, professor de teologia em Lovaina.

Depois disso, chamado a Roma como professor no Colégio Romano, foi-lhe confiada a cátedra de "Apologética"; na década em que desempenhou essa tarefa (1576-1586), desenvolveu um curso de lições, que acabou se tornando a coletânea Controvérsia, obra célebre pela clareza e riqueza de conteúdos, além do componente prevalentemente histórico. O Concílio de Trento tinha terminado pouco tempo antes e, para a Igreja Católica, era necessário reforçar e confirmar sua identidade também no que diz respeito à Reforma Protestante. A ação de Belarmino se insere neste contexto. De 1588 a 1594, ele foi, em primeiro lugar, o pai espiritual dos estudantes jesuítas do Colégio Romano, entre os quais conheceu e dirigiu São Luis Gonzaga; depois, foi superior religioso. O Papa Clemente VII o nomeou teólogo pontifício, consultor do Santo Ofício e reitor do Colégio de Confessores da Basílica de São Pedro. De 1597 a 1598, ele escreveu seu catecismo, Dottrina cristiana breve, que foi seu trabalho mais famoso.

Em 3 de março de 1599, foi criado cardeal pelo Papa Clemente VIII e, em 18 de março de 1602, foi nomeado arcebispo de Cápua. Recebeu a ordenação episcopal em 21 de abril desse ano. Nos três anos em que foi bispo diocesano, distinguiu-se pelo zelo com que pregava na catedral, pela visita realizada semanalmente às paróquias, pelos três sínodos diocesanos e por um conselho provincial ao qual deu vida. Tendo participado nos conclaves que elegeram os Papas Leão XI e Paulo V, foi convocado a Roma, onde ingressou na Congregação do Santo Ofício, do Índice, dos Ritos, dos Bispos e da Propagação da Fé. Ele também teve tarefas diplomáticas na República de Veneza e Inglaterra, defendendo os direitos da Sé Apostólica. Em seus últimos anos, escreveu vários livros sobre espiritualidade, nos quais condensou os frutos dos seus exercícios espirituais anuais. Da leitura destes livros, o povo cristão obtém, ainda hoje, grande benefício. Morreu em Roma, em 17 de setembro de 1621. O Papa Pio XI o beatificou em 1923, canonizou-o em 1930 e o proclamou Doutor da Igreja em 1931.

São Roberto Belarmino teve um papel importante na Igreja, nas últimas décadas do século XVI e nos primeiros anos do século seguinte. Suas Controversiae constituíram um ponto de referência, ainda válido para a eclesiologia católica, sobre as questões acerca da Revelação, da natureza da Igreja, dos sacramentos e da antropologia teológica. Nelas, acentua-se o aspecto institucional da Igreja, devido aos erros que estavam circulando sobre tais questões. Belarmino inclusive esclareceu os aspectos invisíveis da Igreja, como o Corpo Místico, e o ilustrou com a analogia do corpo e da alma, com o fim de descrever a relação entre as riquezas interiores da Igreja e os aspectos externos que a tornam perceptível. Nesta obra monumental, que tenta sistematizar as várias controvérsias teológicas do seu tempo, ele evita todo tom polêmico e agressivo com relação às ideias da Reforma, usando os argumentos da razão e da Tradição da Igreja para ilustrar de maneira clara e eficaz a doutrina católica.

No entanto, seu legado consiste na maneira como ele concebeu seu trabalho. Os trabalhos tediosos de governo não o impediram, de fato, de caminhar rumo à santidade, na fidelidade às exigências do seu próprio estado de religioso, sacerdote e bispo. Dessa fidelidade surge seu compromisso com a pregação. Sendo - como sacerdote e bispo -, em primeiro lugar, um pastor de almas, ele sentiu o dever de pregar assiduamente. Há centenas de sermões - as homilias -, realizados em Flandres, Roma, Nápoles e Cápua, por ocasião das celebrações litúrgicas. Não menos abundantes são as expositiones e explanationes aos párocos, freiras, estudantes do Colégio Romano, que muitas vezes falam das Escrituras Sagradas, especialmente das epístolas de São Paulo. Sua pregação e suas catequeses têm esse mesmo caráter de simplicidade que ele recebeu da educação jesuíta, toda dirigida a concentrar as forças da alma em Jesus, profundamente conhecido, amado e imitado.

Nos escritos deste homem de governo se adverte, de forma clara, inclusive na reserva em que esconde seus sentimentos, a primazia dada aos ensinamentos de Cristo. São Belarmino, portanto, oferece um modelo de oração, a alma de toda atividade: uma oração que escuta a Palavra do Senhor, que é preenchida com a contemplação da grandeza, que não se fecha em si mesma, que se alegra em abandonar-se nas mãos de Deus. Uma característica da espiritualidade de Belarmino é a percepção viva e pessoal da imensa bondade de Deus, razão pela qual nosso santo se sentia verdadeiramente um filho amado por Deus e era uma fonte de grande alegria poder recolher-se, com serenidade e simplicidade, na oração, na contemplação de Deus. Em seu livro De ascensione mentis in Deum (Elevação da mente a Deus), composto sobre a estrutura do Itinerarium de São Boaventura, exclama: "Ó alma, teu exemplo é Deus, beleza infinita, luz sem sombras, esplendor que supera o da lua e o do sol. Levanta teus olhos para Deus, em quem se encontram os arquétipos de todas as coisas e de quem, como de uma fonte de infinita fecundidade, deriva esta variedade quase infinita das coisas. Portanto, deves concluir: quem encontra Deus, encontra todas as coisas, quem perde Deus, perde tudo".

Neste texto, ouvimos o eco da célebre contemplatio ad amorem obtineundum (contemplação para alcançar o amor), dos Exercícios Espirituais de Santo Inácio de Loyola. Em Belarmino, que viveu na pomposa e muitas vezes insalubre sociedade dos últimos anos do século XVI e início do século XVII, esta contemplação inclui aplicações práticas e projeta a situação da Igreja do seu tempo com a corajosa inspiração pastoral. No livro De arte bene moriendi (A arte de morrer bem), por exemplo, ele indica como norma segura do viver bem e também do morrer bem, meditar frequentemente sobre o fato de que a pessoa prestará contas a Deus de suas próprias ações e do seu modo de viver, e evitar a acumulação de riquezas nesta terra, vivendo com simplicidade e caridade, para acumular bens no céu. No livro De gemitu columbae (O gemido da pomba - no qual a pomba representa a Igreja), exorta fortemente o clero e os fiéis a uma reforma pessoal e concreta de suas vidas, seguindo o que ensinam as Escrituras e os santos, entre os quais cita, em particular, São Gregório Nazianzeno, São João Crisóstomo, São Jerônimo e Santo Agostinho, além dos grandes fundadores de ordens religiosas, como São Bento, São Domingos e São Francisco. Belarmino ensina com muita clareza e com o exemplo de sua própria vida que não pode haver uma verdadeira reforma da Igreja, se antes não acontece nossa reforma pessoal e a conversão do nosso coração.

Nos Exercícios Espirituais de Santo Inácio, Belarmino dava conselhos para comunicar de forma profunda, também aos mais simples, a beleza dos mistérios da fé. Escreveu: "Fomos criados para a glória de Deus e para a salvação eterna: este é o nosso fim. Se o alcançarmos, seremos felizes; se dele nos afastamos, seremos infelizes. Por isso, devemos considerar como verdadeiramente bom o que nos conduz ao nosso fim, e como verdadeiramente mau o que dele nos afasta" (De ascensione mentis in Deum, grad. 1).

Estas, obviamente, não são palavras antiquadas, mas palavras para meditar longamente hoje por nós, para orientar nosso caminho sobre esta terra. Elas nos lembram que o objetivo da vida é o Senhor, o Deus que se revelou em Jesus Cristo, em quem Ele continua nos chamando e prometendo-nos a comunhão com Ele. Elas nos recordam a importância de confiar no Senhor, de viver uma vida fiel ao Evangelho, de aceitar e iluminar, com a fé e a oração, toda circunstância e toda ação da nossa vida, sempre ansiando a união com Ele. Obrigado

Fonte: Zenit

terça-feira, 22 de fevereiro de 2011

“La Iglesia no es gobernada por decisiones de mayorías sino por la fe”


En la Fiesta de la Cátedra de San Pedro, presentamos un bellísimo texto del Cardenal Joseph Ratzinger en el cual, interpretando las esculturas del altar de la cátedra de la Basílica de San Pedro, el actual Papa meditaba sobre la Iglesia y el ministerio petrino.

Quien después de haber recorrido toda la grandiosa nave central de la basílica de San Pedro llega finalmente al altar que cierra el ábside, podría esperarse una representación triunfal de San Pedro, sobre cuya tumba ha sido construida esta iglesia.

Y, en cambio, no hay nada de eso: la figura del Apóstol no aparece entre las obras esculturales de este altar. En su lugar nos encontramos frente a un trono vacío, que parece casi mantenerse suspendido pero que, en realidad, está sostenido por las cuatro figuras de los grandes Padres de la Iglesia de Occidente y de Oriente. La luz tenue, que llega sobre el trono, proviene de la ventana de arriba, que está rodeada por ángeles suspendidos en al aire que, a su vez, conducen el flujo de la luz hacia abajo.

¿Qué significado puede tener este conjunto de esculturas? ¿Qué nos dice? Me parece que contiene una profunda interpretación de la esencia de la Iglesia y, con ella, una interpretación del magisterio petrino.

Comencemos por la ventana, que con sus tenues colores recoge lo que está en el interior y lo abre hacia el exterior y hacia lo alto. Ella vincula a la Iglesia con la creación en su totalidad: mediante la representación de la paloma del Espíritu Santo interpreta a Dios como la verdadera fuente de toda luz. Pero nos dice también otra cosa: la Iglesia misma es, en su esencia, una ventana, el espacio en que el misterio trascendente de Dios viene al encuentro de nuestro mundo; ella representa el hacerse transparente del mundo al esplendor de su luz. La Iglesia no existe por sí misma, no es un fin sino un inicio que remite más allá de sí misma y por sobre nosotros. Ella corresponde a la propia esencia en la medida en que se vuelve transparente para el otro del que proviene y al que conduce. A través de la ventana de su fe, Dios entra en este mundo y despierta en nosotros el deseo de lo que es más grande.

La Iglesia es llegada y partida: de Dios hacia nosotros, de nosotros hacia Dios. Su tarea es abrir de par en par más allá de sí mismo un mundo que se cierra en sí mismo, donarle aquella luz sin la cual sería inhabitable.

Veamos ahora el nivel sucesivo de este altar: la cátedra vacía de bronce dorado, que contiene una sede de madera del siglo IX, por largo tiempo considerada la cátedra del apóstol Pedro y que, por tal razón, fue colocada en este lugar. Se aclara ya de este modo el significado de esta parte del altar.

La sede de san Pedro dice aquello que más de una imagen podría decir. Expresa la presencia permanente del Apóstol, que está presente, como magisterio docente, en sus sucesores.

La sede del Apóstol es un símbolo de soberanía, es el trono de la verdad, que en la hora de Cesarea se convierte en el mandato suyo y de sus sucesores. La sede magisterial renueva en nosotros la memoria de las palabras pronunciadas por el Señor en el cenáculo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc. 22, 32).

Pero la sede del Apóstol se vincula también a otro recuerdo: las palabras de Ignacio de Antioquia, que en su carta a los Romanos, escrita en torno al año 110, llamaba a la Iglesia de Roma “aquella que preside en la caridad”.

Para presidir en la fe es necesario presidir en el amor: las dos cosas, de hecho, son inseparables. Una fe sin amor no sería la fe de Jesucristo. Pero la imagen de San Ignacio era todavía más concreta: la palabra “caridad” en el lenguaje de la Iglesia de los orígenes indicaba también la Eucaristía. La Eucaristía nace, de hecho, del amor de Cristo, que ha dado su vida por nosotros.

En la Eucaristía, Él continúa comunicándose con nosotros, se pone a sí mismo en nuestras manos. Mediante la Eucaristía sigue cumpliendo su promesa de atraernos a todos hacia sí, en sus brazos abiertos sobre la cruz (cfr. Jn. 12, 32). En el abrazo de Cristo somos conducidos los unos hacia los otros. Somos acogidos en el único Cristo y, de este modo, ahora nos pertenecemos mutuamente: no puedo considerar ya como un extraño a aquel que, como yo, está en el único abrazo de Cristo.

Ahora bien, estos no son remotos pensamientos místicos. La Eucaristía es la forma fundamental de la Iglesia: ésta se realiza en la asamblea eucarística. Y ya que todas las asambleas en todos los lugares y en todos los tiempos pertenecen siempre y sólo al único Cristo, ellas, en su totalidad, forman una única Iglesia. Se puede decir que, de algún modo, ellas extienden sobre el mundo una red de fraternidad y que vinculan entre sí a los de cerca y a los de lejos, de modo que por medio de Cristo son todos cercanos. Sin embargo, en nuestro modo de pensar habitual, está a menudo la idea de que el amor y el orden están en contraposición: donde hay amor, no hay más necesidad de orden, porque ya todo está claro. Pero se trata de un error, tanto respecto al orden como respecto al amor. El justo orden humano es una cosa muy distinta de la jaula en la que se encierra a las bestias feroces para mantenerlas vigiladas. El orden auténtico es atención al otro y a sí mismo, tanto más objeto de amor cuanto más es comprendido en su verdadero significado.

Por eso, el orden pertenece a la Eucaristía y su orden es el núcleo auténtico del orden de la Iglesia. La sede vacía, que remite al primado en el amor, nos habla por lo tanto del acuerdo entre amor y orden. En su dimensión más profunda nos remite a Cristo, como a Aquel que de manera más propia y auténtica preside en el amor.

Nos remite al hecho de que la Iglesia tiene su centro en la Misa. Nos dice que la Iglesia puede permanecer como una sola cosa a partir de la comunión con el Cristo crucificado. No hay habilidad organizativa que puede garantizar su unidad. Ella puede ser y permanecer Iglesia universal sólo si su unidad es más que organización, si vive de Cristo. Sólo la fe eucarística, sólo el reunirse en torno al Señor presente, puede hacerla duradera. Y de aquí adquiere sentido su orden.

La Iglesia no es gobernada por decisiones tomadas por mayorías sino por la fe, que madura en el encuentro con Cristo en la celebración eucarística. El ministerio petrino es primado en el amor, es decir, preocupación porque la Iglesia reciba su dimensión de la Eucaristía. La Iglesia estará tanto más unida en cuanto más viva del criterio eucarístico y en la Eucaristía se mantenga fiel al criterio de la tradición de la fe.

Tanto más entonces de la unidad crecerá también el amor que se dirige al mundo: la Eucaristía se funda, de hecho, en el acto de amor de Jesucristo hasta la muerte. Por otra parte, es claro que esto significa también que no puede amar quien ve el dolor como algo que debe eliminarse o, en todo caso, dejarse para los otros. “Primado en el amor”: al comienzo hemos hablado del trono vacío pero es ya claro que el “trono” de la Eucaristía no es el trono del poder sino la dura e incómoda sede de quien es servidor.

Miremos ahora al tercer nivel de este altar: a los Padres, que sostienen el trono del servicio. Los dos maestros del Oriente, Juan Crisóstomo y Atanasio, junto con los latinos, Ambrosio y Agustín, encarnan la totalidad de la tradición y, por lo tanto, la plenitud de la fe de la única Iglesia.

Dos reflexiones son importantes aquí. El amor se apoya sobre la fe. Esto se desmorona donde el hombre está privado de orientaciones; se desmorona donde el hombre no es ya capaz de escuchar a Dios. Como el amor y con el amor, también el orden y el derecho se apoyan sobre la fe, también la autoridad de la Iglesia se apoya sobre la fe. La Iglesia no puede pensar por sí misma como quiere ordenarse; puede sólo intentar comprender cada vez mejor la voz interior de la fe y vivir según ella.

No tiene necesidad del principio de mayoría, que siempre tiene en sí mismo algo de rígido: en nombre de la paz, la parte que pierde debe plegarse a la decisión de la mayoría, aún cuando esta decisión es una tontería o incluso perjudicial. En los ordenamientos sociales las cosas tal vez no pueden ir de otra manera. Pero en la Iglesia el vínculo con la fe nos tutela a todos: cada uno está vinculado a ella y, precisamente por eso, el orden sacramental garantiza más libertad de aquella que podrían garantizar aquellos que quieren someter también a la Iglesia al principio de mayoría.

A esto se agrega la segunda reflexión. Los Padres de la Iglesia aparecen como los garantes de la fidelidad a la Sagrada Escritura. Las hipótesis de la exégesis humana vacilan. No pueden sostener el trono. La fuerza vital de la palabra de la Escritura es explicada y hecha propia en la fe que los Padres y los grandes concilios han extraído de ella. Quien a ello se atiene, ha descubierto aquello que da un fundamento estable en el cambiar de los tiempos.

Al final, sin embargo, más allá de las partes singulares, no podemos olvidarnos del conjunto. De hecho, los tres niveles del altar nos transportan en un movimiento que es al mismo tiempo de ascenso y de descenso. La fe lleva al amor. Precisamente por esto se ve si es realmente fe. Una fe sombría, refunfuñadora, egoísta, es una fe falsa. Quien descubre a Cristo, quien descubre la red universal del amor que Él ha sembrado en la Eucaristía, debe ser alegre y debe a su vez convertirse en una persona que sabe dar. La fe lleva al amor, y sólo mediante el amor alcanzamos la altura de la ventana, la mirada al Dios viviente, el contacto con la luz fluctuante del Espíritu Santo.

De este modo, las dos direcciones se compenetran: de Dios viene la luz, se despiertan y descienden la fe y el amor, para luego acogernos en la escalera que por la fe lleva nuevamente al amor y a la luz del Eterno.

La dinámica interna en que el altar nos inserta deja entrever todavía un último elemento: la ventana del Espíritu Santo no está aislada en sí misma. Está rodeada por la rebosante plenitud de los ángeles, por un coro de alegría. El mensaje que esta imagen quiere comunicarnos es que Dios no está nunca solo. Esto estaría en contradicción con su esencia. El amor es participación, comunión, alegría. Esta percepción hace surgir también otra consideración: la luz se acompaña con la música. Parece realmente escuchar cantar a estos ángeles, dado que no logramos imaginar en silencio estas corrientes de alegría, y tampoco como palabras o como gritos, sino sólo como celebración de alabanza, en la cual armonía y multiplicidad se convierten en una única cosa. “Tú reinas entre las alabanzas de Israel”, se dice en el salmo (22, 4).

La celebración de alabanza es, por así decir, la nube de la alegría a través de la cual Dios llega y que lo acompaña en este mundo. Por eso, en la celebración eucarística la luz eterna entra en nuestro mundo y hace resonar el sonido de la alegría de Dios. En ella caminamos a tientas hacia el consolador esplendor de esta luz, emergiendo desde lo profundo de nuestras preguntas y de nuestra confusión y subiendo por la escalera que lleva de la fe al amor y abre así la mirada de la esperanza.

Joseph Ratzinger, “Imágenes de esperanza. Las fiestas cristianas en compañía del Papa”, San Paolo 1999.
  
Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

segunda-feira, 21 de fevereiro de 2011

CÁTEDRA DE SÃO PEDRO: OREMOS PELO NOSSO PONTÍFICE BENTO!


Dia 22 de fevereiro a Santa Igreja celebra a Festa da Cátedra do Bem-aventurado Apóstolo Pedro.
Que este seja um dia de oração pelo Sucessor de Pedro e ao mesmo tempo de renovação da nossa adesão e obediência ao
"doce Cristo na terra".


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℣.Oremus pro Pontifice nostro Benedicto.
℟. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius.

℣. Tu es Petrus,
℟. Et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam.

Oremus. Deus, omnium fidelium pastor et rector, famulum tuum Benedictum, quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice: da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, proficere: ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam. Per Christum, Dominum nostrum. Amen.

℣. Oremos pelo nosso Pontífice Bento
℟.O Senhor o guarde e o fortaleça, lhe dê a felicidade nesta terra e não o abandone á perversidade dos seus inimigos.

℣. Tu és Pedro!
℟. E sobre esta pedra edificarei a minha Igreja!

Oremos. Ó Deus Pastor e guia dos vossos fiéis, olhai com bondade o vosso servo, o Papa Bento, que constituístes Pastor da vossa Igreja; dai-lhe, por sua palavra e exemplo, velar sobre o rebanho que lhe foi confiado para chegar com ele à vida eterna. Por Cristo nosso Senhor. Amém




sábado, 19 de fevereiro de 2011

Notas sobre o Tempo da Septuagésima e da Quaresma


1) No Ofício: omite-se totalmente o Aleluia, que é substituído por Laus tibi Domine no fim do Deus in adiutorium.

2) No ofício do Tempo: omite-se o Te Deum; reza-se o 2o. esquema de Laudes.

· Ofício dominical: antífonas próprias em Laudes e nas horas (não em Vésperas).
· Ofício ferial: só a antif. do Magnificat é própria.

3) Na Missa:

· Substitui-se o Aleluia pelo Tractus nas missas dos domingos e festas, como também nas votivas. Porém, quando se celebra a missa do domingo durante a semana, o Aleluia é simplesmente omitido.
· Nas missas do tempo omite-se o Gloria.
· Não se diz mais o Benedicamus Domino, mas sim Ite Missa est.

4) Durante todo o Tempo da Septuagésima:

· Pode-se tocar unicamente o órgão, ficando proibido o uso de outros instrumentos.
· Pode-se ornar os altares com flores

sexta-feira, 18 de fevereiro de 2011

Tornielli habla sobre la Instrucción aplicativa de Summorum Pontificum: “No es cierto que sea restrictiva”


En un breve comentario en su blog Sacri Palazzi, el vaticanista Andrea Tornielli ha informado lo que él conoce respecto a la próxima instrucción sobre el Motu proprio Summorum Pontificum.


Esto es lo que sé:

No corresponde a la verdad que la instrucción sobre el Motu proprio sea restrictiva y sea una dilución de la voluntad papal expresada en el Motu proprio.

Es cierto que la instrucción no hace mención del rito ambrosiano: Ecclesia Dei tiene competencia sobre el rito romano. En lo que respecta al rito ambrosiano, la competencia no es de Ecclesia Dei sino de la Congregación para el Culto Divino, y por lo tanto se explicará que Summorum Pontificum  se aplica a todos los ritos de las órdenes religiosas que son variaciones del rito romano. En lo que respecta al rito ambrosiano, la competencia no es de Ecclesia Dei sino de la Congregación para el Culto Divino.

Por lo tanto, es cierto que en la instrucción no se cita el rito ambrosiano pero no es cierto que Summorum Pontificum no se aplique a los ritos de las órdenes religiosas (por ejemplo, el dominico), como se temía en las anticipaciones de algunos blogs.

El otro punto considerado “restrictivo” concierne a las ordenaciones sacerdotales. Summorum Pontificum, que cita todos los otros sacramentos, no cita en cambio la posibilidad de celebrar las ordenaciones sacerdotales en el rito antiguo. Desde su publicación hasta hoy ha ocurrido que en alguna diócesis ha habido ordenaciones sacerdotales según el rito antiguo: los obispos han pedido el permiso a Roma y en algún caso ha sido concedido.

Ahora la instrucción aclara este punto y explica en qué condiciones es posible celebrar en el rito antiguo las ordenaciones sacerdotales. No se puede hablar en realidad de intento restrictivo, en cuanto Summorum Pontificum no citaba de hecho este caso.

Lo que, según lo que sé, es equivocado en las anticipaciones, es el sentido general de la instrucción, presentada como una dilución que restringe las posibilidades para los fieles y relega el rito antiguo sólo al ámbito del mundo de los así llamados tradicionalistas, en lugar de presentarlo como una posibilidad para todos en el sentido querido por el Papa (es decir, que el antiguo ayude al nuevo y el nuevo ayude al antiguo).

Mis fuentes me dicen que no es verdad. Y que, por el contrario, con la instrucción serán fijados los pestillos que permitirán mejor a los fieles obtener lo que el Papa ha establecido.

Debo desmentir también – por lo que he podido saber – la noticia de una intervención directa de Mons. Charles Scicluna sobre el texto para empeorarlo o diluirlo: Scicluna es promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, participa por derecho en las consultas, y Ecclesia Dei está ahora insertada en el ex Santo Oficio. Por lo tanto, también él ha participado en la discusión, ha hecho propuestas, algunas han sido recibidas, otras no.

Esto es lo que he podido saber…

Andrea Tornielli

Fuente: Sacri Palazzi
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

quinta-feira, 17 de fevereiro de 2011

quarta-feira, 16 de fevereiro de 2011

El documento de aplicación del Motu Proprio existe y no es un paso atrás


Ante los rumores difundidos en algunos medios que indican que el documento para la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum implicará un paso atrás y diluirá lo expresado en el documento pontificio del año 2007, el vaticanista Paolo Rodari ha publicado esta breve información en su blog, que aquí ofrecemos la traducción de La Buhardilla para la lengua española.

Escriben aquí, aquí y aquí que en el Vaticano están tratando de diluir el decreto de aplicación del Motu proprio Summorum Pontificum.

En resumen, según los blogs arriba citados, el decreto, en lugar de dar un mayor impulso al Motu proprio explicando a los obispos cómo aplicarlo del mejor modo, diría que la liturgia antigua es una concesión hecha sólo a los “tradicionalistas”, en reconocimiento de una “sensibilidad” particular. Escriben también los blogs que los artífices de esta dilución serán monseñor Charles Scicluna, promotor de justicia maltés en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y el cardenal Antonio Cañizares Llovera, prefecto de la Congregación para el Culto Divino.

Personalmente hice todas las debidas verificaciones y puedo decir que, según fuentes internas del Vaticano, las noticias dadas aquí arriba “son totalmente privadas de fundamento”. El decreto de aplicación no diluirá nada y ni Scicluna ni Cañizares están trabando en ese sentido.

La Pontificia Comisión Ecclesia Dei, que es actualmente presidida por el prefecto de la Doctrina de la Fe, el cardenal William Joseph Levada, tiene ya listo el texto del decreto, está esperando que el difícil trabajo de las traducciones termine, y espera publicar todo (siempre que las traducciones no sufran retrasos) antes de Pascua.


segunda-feira, 14 de fevereiro de 2011

A nobre simplicidade das vestimentas litúrgicas



Por Uwe Michael Lang
Oficial  da Congregação para o Culto Divino e a Disciplina dos Sacramentos
Consultor do Ofício de Celebrações Litúrgicas do Sumo Pontífice

ROMA, domingo, 13 de fevereiro de 2011 (ZENIT.org) - A tradição bíblica aclama Deus como "o próprio autor da beleza" (Sb 13,3), glorificando-o pela grandeza e pela beleza das obras da criação. O pensamento cristão, com base sobretudo na Sagrada Escritura, mas também a filosofia clássica como auxiliar, desenvolveram o conceito de beleza como uma categoria teológica.

Este ensinamento ressoa na homilia do Papa Bento XVI na Missa de dedicação da igreja da Sagrada Família, em Barcelona (7 de novembro de 2010): "A beleza é também reveladora Deus porque, como Ele, a obra bela é pura gratuidade, convida à liberdade e arranca do egoísmo". A beleza divina manifesta-se de forma totalmente particular na liturgia sagrada, também através das coisas materiais das quais o homem, feito de alma e corpo, tem necessidade para alcançar as realidades espirituais: o edifício de culto, os ornamentos, paramentos, imagens, música, a própria dignidade das cerimônias.

A propósito disso, deve ser lido o quinto capítulo sobre "A dignidade da celebração litúrgica", na última encíclica do Papa João Paulo II, Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), que afirma que o próprio Cristo quis um ambiente digno para a Última Ceia, pedindo aos discípulos que a preparassem na casa de um amigo que tinha uma "sala grande e disposta" (Lc 22, 12; cf. Mc 14, 15). A encíclica recorda também a unctio de Betânia, um acontecimento significativo que precedeu a instituição da Eucaristia (cf. Mt 26; Mc 14, Jo 12). Frente ao protesto de Judas, de que a unção com o óleo precioso era um "desperdício" inaceitável, tendo em conta as necessidades dos pobres, Jesus, sem diminuir a obrigação de caridade concreta para com os necessitados, declara seu grande apreço pelo ato da mulher, porque a sua unção antecipa "essa honra de que seu corpo permanecerá digno, mesmo depois da morte, indissoluvelmente ligado ao mistério da sua Pessoa" (Ecclesia de Eucharistia, n. 47). João Paulo II conclui que a Igreja, como a mulher de Betânia, "não temeu ‘desperdiçar', investindo o melhor dos seus recursos para exprimir o seu estupor de adoração diante do dom incomensurável da Eucaristia" (ibid., n. 48). A liturgia exige o melhor das nossas possibilidades, para glorificar Deus Criador e Redentor.

No fundo, o cuidado atento das igrejas e da liturgia deve ser uma expressão de amor ao Senhor. Mesmo em um lugar onde a Igreja não tem grandes recursos materiais, não podemos negligenciar este dever. Já um Papa importante do século XVIII, Bento XIV (1740-1758), em sua encíclica Annus qui (19 de fevereiro de 1749), dedicada principalmente à música sacra, pediu ao seu clero que as igrejas fossem bem conservadas e equipadas com todos os objetos sagrados necessários para a digna celebração da liturgia: "Ressaltamos que não falamos da suntuosidade e da magnificência dos templos sagrados, nem da preciosidade dos ornamentos sagrados, sabendo que nós também não podemos tê-los em todo lugar. Falamos da decência e da limpeza que ninguém está autorizado a negligenciar, sendo a decência e a limpeza compatíveis com a pobreza".

A constituição sobre a Sagrada Liturgia, do Concílio Vaticano II, pronunciou-se de forma semelhante: "Ao promover e incentivar uma arte verdadeiramente sagrada, busquem mais uma nobre beleza do que o mero luxo. Isso tem que ser aplicado também às vestes sagradas e ornamentos" (Sacrosanctum Concilium, n. 124). Esta passagem se refere ao conceito da "nobre simplicidade", introduzido pela Constituição no n. 34. Este conceito parece originário do arqueólogo e historiador de arte Johann Joachim Winckelmann, alemão (1717-1768), segundo o qual a escultura grega clássica foi caracterizada pela "nobre simplicidade e serena grandeza". No início do século XX, o conhecido liturgista inglês Edmund Bishop (1846-1917) descreveu o "gênio do rito romano" como distinguido pela simplicidade, sobriedade e dignidade (cf. E. Bishop, Liturgica Historica, Clarendon Press, Oxford 1918, pp. 1-19). A esta descrição não falta mérito, mas é preciso estar atentos à sua interpretação: o rito romano é "simples" em comparação com outros ritos históricos, como os orientais, que se distinguem por sua grande complexidade e suntuosidade. Mas a "nobre simplicidade" do rito romano não deve ser confundida com uma mal-entendida "pobreza litúrgica" e com o intelectualismo, que podem levar à ruína a cerimônia, fundamento do culto divino (cf. a contribuição fundamental de São Tomás de Aquino na Summa Theologiae III, q. 64, a. 2; q. 66, a 10; q. 83, a.4).

A partir destas considerações, é evidente que as vestes sagradas devem contribuir "para o decoro da ação sagrada" (Instrução Geral do Missal Romano, n. 335), especialmente "na forma e no material utilizado", mas também, embora de forma mesurada, nos ornamentos (ibid., n. 344). O uso das vestimentas litúrgicas expressa a hermenêutica da continuidade, sem excluir nenhum estilo histórico particular. Bento XVI apresenta um modelo em suas celebrações, quando usa tanto vestes de estilo moderno como, em alguma ocasião solene, as "clássicas", também usadas por seus antecessores. Isto segue o exemplo do escriba, convertido em discípulo do reino dos céus, comparado por Jesus com um chefe de família que tira do seu tesouro nova et vetera (Mt 13,52).

Fonte: Zenit

sábado, 12 de fevereiro de 2011

A Língua da Celebração Litúrgica



Uwe Michael Lang
Oficial da Congregação para o Culto Divino e a Disciplina dos Sacramentos
Consultor do Ofício de Celebrações Litúrgicas do Sumo Pontífice


A língua não é apenas um instrumento que serve para comunicar fatos, e deve fazê-lo de modo mais simples e eficiente, mas é também o meio para exprimir a nossa mens de um modo que coenvolva toda a pessoa. Consequentemente, a língua é também o meio em que se exprimem os pensamentos e as experiências religiosas.

A língua usada no culto divino, ou melhor, a "língua sacra" não se precipita na glossolalia (cf. 1 Cor 14) ou no silêncio místico, excluindo completamente a comunicação humana, ou pelo menos tentando fazê-lo. Todavia, fica reduzido o elemento da compreensibilidade em favor de outros elementos, em particular o expressivo. Christine Mohrmann, a grande historiadora do latim dos cristãos, afirma que a língua sacra é um modo específico de "organizar" a experiência religiosa. De fato, Mohrmann sustenta que toda forma de crença na realidade sobrenatural, na existência de um ser transcendente, conduz necessariamente à adoção de uma forma de língua sacra no culto, enquanto um laicismo radical leva a descartar qualquer forma de uma tal língua. Neste sentido, o Cardeal Albert Malcolm Ranjith recordou numa entrevista: "O uso de uma língua sacra é tradição em todo o mundo. No Hinduísmo a língua da oração é o Sânscrito, que não está mais em uso. No Budismo se usa o Páli, língua que hoje somente os monges budistas estudam. No Islã se emprega o Árabe do Corão. O uso de uma língua sacra nos ajuda a viver a sensação do além" (La Repubblica, 31 de julho de 2008, p. 42).


O uso de uma língua sacra na celebração litúrgica faz parte daquilo que São Tomás de Aquino na Summa Theologiae chama solemnitas. O Doutor Angélico ensina: "Aquilo que se encontra nos sacramentos por instituição humana não é necessário para a validade do sacramento, mas confere uma certa solenidade, útil nos sacramentos para excitar a devoção e o respeito naqueles que os recebem" (Summa Theologiae III, 64, 2; cf. 83, 4).

A língua sacra, sendo o meio de expressão não somente dos indivíduos, mas de uma comunidade que segue as suas tradições, é conservadora: mantém as formas linguísticas arcaicas com tenacidade. Ademais, são introduzidos nela elementos externos, na medida em que associados a uma antiga tradição religiosa. Um caso paradigmático é o vocabulário bíblico hebraico no latim usado pelos cristãos (amém, aleluia, hosana, etc.), como já observara Santo Agostinho (cf. De doctrina christiana II, 34-35 [11,16]).

Ao longo da história, foi utilizada uma ampla variedade de línguas no culto cristão: o grego na tradição bizantina; as diversas línguas das tradições orientais, como o siríaco, o armeno, o georgiano, o copta e o etiópico; o peleoeslavo; o latim do rito romano e dos outros ritos ocidentais. Em todas estas línguas se encontram formas de estilo que as separam da língua "ordinária", ou melhor, populares. Frequentemente este afastamento é consequência dos desenvolvimentos linguísticos na linguagem comum, que depois não são adotados na língua litúrgica por causa do seu caráter sacro. Todavia, no caso do latim como língua da liturgia romana, um certo afastamento existiu desde o início: os romanos não falavam no estilo do Cânon ou das orações da Missa. Tão logo o grego foi substituído pelo latim na liturgia romana, foi criada como meio de culto uma linguagem fortemente estilizada, que um cristão mediano da Roma tardo antiga teria compreendido não sem dificuldade. Além do mais, o desenvolvimento da latinitas cristã pode ter tornado a liturgia mais acessível às pessoas de Roma ou Milão, mas não necessariamente àqueles cuja língua materna era o gótico, o celta, o ibérico ou o púnico. De qualquer modo, graças ao prestígio da Igreja de Roma e à força unificadora do papado, o latim torna-se a única língua litúrgica e, desse modo, um dos fundamentos da cultura no Ocidente.

A distância entre o latim litúrgico e a língua do povo torna-se maior com o desenvolvimento das culturas e das línguas nacionais na Europa, para não mencionar os territórios de missão. Esta situação não favorecia a participação dos fiéis na liturgia e, por isso, o Concílio Vaticano II quer estender o uso do vernáculo, já introduzido em uma certa medida nos decênios precedentes, na celebração dos sacramentos (Constituição sobre a Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, art. 36, n. 2). Ao mesmo tempo, o Concílio sublinhou que "o uso da língua latina [...] seja conservado nos ritos latinos" (ibid., art. 36, n. 1; cf. também art. 54). No entanto, os Padres Conciliares não imaginavam que a língua sacra da Igreja ocidental seria totalmente substituída pelo vernáculo. A fragmentação linguística do culto católico avançou tanto que muitos fiéis hoje dificilmente podem recitar juntos um Pater noster, como se pode notar nas reuniões internacionais em Roma ou alhures. Numa época marcada por uma grande mobilidade e globalização, uma língua litúrgica comum poderia servir como vínculo de unidade entre povos e culturas, além do fato de que a liturgia latina é um tesouro espiritual único que alimentou a vida da Igreja por muitos séculos. Mais que qualquer outra língua, o latim contribui para o caráter sacro e estável "que atrai muitos para o antigo uso", como escreve o Santo Padre Bento XVI na sua Carta aos Bispos, em ocasião da publicação do Motu Proprio Summorum Pontificum (7 de julho de 2007). Com o uso mais amplo da língua latina, escolha perfeitamente legítima, mas pouco usada, "na celebração da Missa segundo o Missal de Paulo VI poderá manifestar-se, de modo mais forte do que tem sido frequentemente até agora, aquela sacralidade" (ibid.).

Enfim, é necessário preservar o caráter sacro da língua litúrgica na tradução vernácula, como faz notar com exemplar clareza a Instrução da Congregação para o Culto Divino e a Disciplina dos Sacramentos sobre a tradução dos livros litúrgicos Liturgiam authenticam de 2001. Um fruto notável desta instrução é a nova tradução inglesa do Missale Romanum que será introduzida em muitos países anglófonos no curso deste ano.

Fonte: Zenit
Tradução Oblatus

quarta-feira, 9 de fevereiro de 2011

A Teologia Eucarística e o Rito da Missa



Por Pe. Aidan Nichols, OP

De 24 a 28 de agosto de 2009, a Latin Mass Society of Great Britain organizou uma conferência de treinamento na celebração da Missa no Usus Antiquior, para sacerdotes, no All Saints Pastoral Centre, London Colney, Herts. Durante esta conferência, Pe. Nichols proferiu a seguinte palestra que destacou a pluralidade de ritos na Igreja e discutiu sobre os pontos fortes do Rito Dâmaso-Gregoriano, e a contribuição que ele pode dar ao projeto do Papa Bento de restaurar uma vida litúrgica mais autêntica.

Introdução

De dezembro de 1576 a Abril de 1577 os alunos de Douai estudaram o desconhecido (para eles) Rito Romano, sob a direção do Dr. Laurence Webbe, que veio de Roma para ensiná-lo. George Godsalf, ordenado em 20 de dezembro de 1576, deve ter sido o primeiro sacerdote inglês a rezar a Missa de acordo com o Missal reformado. Se Douai teve a Missa Solene, ou se os alunos tiveram idade suficiente para terem participado de tal Missa no reinado de Maria Tudor, eles devem ter lamentado o desaparecimento dos três, cinco ou sete diáconos, bem como os vários subdiáconos, os dois ou mais turiferários, os três cruciferários, o abano de ricos materiais, segurado por um diácono, sobre a cabeça do celebrante durante o Cânon, e, sem dúvida, outras coisas que desconheço. "Plus ça change, plus c’est la même chose" (Quanto mais se muda, mais se é a mesma coisa).

Missa segundo o Uso de Sarum

E então? A diferença entre o Uso de Sarum, a que os alunos ingleses em Douai até então estavam acostumados, e o recém promulgado Rito de Pio V certamente era menor que aquela entre o Rito de Pio V, mesmo com mudanças tais que afetaram os quatrocentos anos seguintes, e o Missal reformado de 1970. Ainda, é bom lembrar que o Usus Antiquior ou, como eu prefiro dizer, fazendo analogia ao Novus Ordo, o Antiquus Ordo, já foi novus uma vez, ainda que estreitamente relacionado aos seus últimos antecedenes medievais, especialmente o Missal dos Franciscanos e da Cúria Romana.
Por que é bom lembrar disso? Por duas razões. A primeira é que, chocante como foi o radicalismo dos reformadores do pós-Vaticano II, não podemos, honestamente falando, dizer que a história da Liturgia Ocidental é uma veste sem costura, sem algum tipo de ruptura. A segunda, para preservar um senso de perspectiva nesses assuntos, precisamos reconhecer que, em geral, a pluralidade de ritos Eucarísticos é, segundo as palavras de Sellars e Yeatman [cf. 1066], uma "Boa Coisa" na Igreja. Tal pluralidade é, em geral, uma boa coisa porque serve para uma melhor manifestação da verdade Católica.

Benefício de uma pluralidade de ritos

Por que digo isso? No que diz respeito ao culto público, nem tudo capaz de iluminar o mistério da Missa pode ser dito em palavras ou executado no ritual de modo igualmente compreensível por todos, em todo lugar e ao mesmo tempo. Em "Senhor do Mundo", de Robert Hugh Benson, Pe. Percy Franklin, o futuro Papa Silvestre III, descreve o abolição de todos os ritos não-latinos na Igreja como uma forma de consolidação eclesial face a uma vasta apostasia que parece ser o prelúdio da vinda do Anticristo. As circunstâncias eram, para dizer o mínimo, incomuns. Mas Benson não dá a sua impressão de como a vida do culto da Igreja ficaria mais pobre se fosse privada, por exemplo, da Liturgia Bizantina. Por "mais pobre", não digo apenas esteticamente, mas mais pobre na compreensão do mistério que ela celebra na Santa Eucaristia.
Para tomar um exemplo aparentemente pequeno: o Rito do Zeon, em que se deita um pouco de água quente ao cálice consagrado, recorda-nos que o Senhor Eucarístico que os fiéis receberão na Comunhão é o Senhor ressuscitado e glorificado cujo sangue é quente por causa da vida superabundante. 

Sacerdote derramando no cálice a água do zéon

Este ponto, assim feito no ritual, não é insignificante. Alguns católicos tradicionalistas, que visualizam a Missa, justamente, como a representação do Calvário através do simbolismo da imolação dada pela consagração separada do pão/Corpo e do vinho/Sangue, parecem não perceber que a Missa não seria a Missa sem a Ressurreição. Em "Mistérios da Cristandade", Matthias Joseph Scheeben, teólogo católico alemão do fim do séc. XIX, escreve, diferentemente: A gloriosa imortalidade do Corpo de Cristo depois de sua Ressurreição, longe de ser um impedimento à continuação de seu Sacrifício, é a própria condição sem a qual o Sacrifício, uma vez consumado, não pode servir como um Sacrifício que deve durar por toda a eternidade. Ou novamente, falando de aprender de outra Liturgia, o que dizer dos méritos da fórmula Bizantina para a administração da Comunhão? Ela diz o seguinte: "O(a) servo(a) de Deus N..., recebe o santo e precioso Corpo e Sangue de nosso Senhor, Deus e Salvador Jesus Cristo, para a remissão de seus pecados e para a vida eterna". Devemos pensar que os Bizantinos, como a Igreja Latina da Idade Média, tinham razão para ampliar a fórmula patrística um tanto pobre "O Corpo de Cristo", "O Sangue de Cristo", à qual os reformadores pós-Conciliares ansiavam fazer-nos voltar, correndo para o que Pio XII, na Mediator Dei, chamou de "arqueologismo".

Testemunho para a fé Eucarística

Existe (em todo caso sou eu que o digo), no melhor sentido da palavra, uma "conspiração" entre as várias Liturgias, uma conspiratio, uma ação combinada do Espírito Santo, para dar-nos um testemunho, tão adequado quanto qualquer testemunho possa ser, do lado de cá do Céu, acerca do que a Eucaristia é e realiza.
Quando ouvimos falar a expressão "a doutrina Eucarística da Igreja", devemos primeiramente, se somos ortodoxos, trazer à mente o conjunto dos ensinamentos do Papa e dos Concílios que responderam a várias crises na história deste Sacramento. Pensa-se nas primitivas controvérsias medievais sobre a Presença Real, subjacente ao ensino do IV Concílio de Latrão sobre a "admirável conversão" do pão e do vinho no Corpo e do Sangue do Senhor, reiterado, face ao Protestantismo nascente, na Sessão XIII do Concílio de Trento, ou a mesma doutrina do Concílio, na Sessão XXII, que esclareceu o ensino católico contra os Reformadores, ou a carta Mysterium Fidei do Papa Paulo VI em 1965, chamando a atenção para a fragilidade das teorias sobre a conversão Eucarística, que apareciam largamente na Holanda.
E ainda a Palavra de Deus transmitida nos fala sobre o Mistério Eucarístico principalmente através da celebração atual deste Mistério no culto da Igreja, onde as Escrituras são atualizadas e a contribuição dos Padres da Igreja é integrada. Este é o "lugar teológico" que Melchior Cano, dominicano do séc. XVI, supostamente o primeiro a escrever um tratado sobre o método teológico, chamou de "praxis Ecclesiæ", a "prática da Igreja". Documentos do Magistério, embora indicadores essenciais para nossa fé, não podem tomar o lugar do testemunho dado pelas próprias Liturgias, para a doutrina da Eucaristia. E por "Liturgias" eu me refiro a todas as Liturgias históricas que foram celebradas em paz e união com a Igreja Católica, cujo guardião de unidade canônica, apostolicamente dado, é a Sé de Roma.

O Novus Ordo está incluído?

Bem, você vê, talvez, a direção que estou tomando. Eu certamente não ia querer excluir a possibilidade de o Novus Ordo desempenhar um papel nesta "conspiração", e que possa oferecer algo para enriquecer a sensibilidade Eucarística dos Católicos. Sabemos que as Orações Eucarísticas II e IV, no Missal de Paulo VI, são exemplos de empréstimos históricos, uma do antigo e muito esquecido livro romano posteriormente conhecido aos acadêmicos como Ordinário da Igreja Egípcia e a outra da Anáfora Síria-Bizantina de São Basílio. A III, todavia, embora inovadora, é, não obstante, um texto profundamente satisfatório, cuja seção que começa com as palavras "Respice, quæsumus, in oblationem Ecclesiæ tuæ" é, eu creio, uma síntese da Missa tanto como sacrifício da Igreja como quanto sacrifício de Cristo melhor que qualquer outra seção similar do Cânon Romano. Que pena os dedos inquietos dos burocratas romanos não terem parado nas quatro formas da Grande Oração em 1970, mas não podiam resistir em acrescentar mais Orações Eucarísticas, cuja inspiração é algo bom para se debater.
Hoje, porém, neste encontro, não viemos louvar ou acusar o Novus Ordo. Nós viemos aclamar o Antiquus Ordo no sentido do Rito de São Pio V. Assim eu devo guardar o restante desta palestra para ele, porém, com algumas olhadas ocasionais para o Oriente. E pelo menos um aspecto do Usus Antiquior a que estarei chamando a atenção é unicamente, em minha mente, um distintivo, porque deixamos algumas coisas escorregarem da celebração no Usus Recentior, para prejuízo nosso.

A Missa de São Pio V: o Sacrifício




Como escrevi num artigo recente no The Catholic Herald (03 de julho de 2009), a razão mais óbvia que temos, em termo de doutrina Eucarística, para olhar para o Rito de São Pio V, é a expressão litúrgica da Missa como Sacrifício. Assumindo que estamos acostumados a rezar o Cânon Romano como a Oração Eucarística I do Missal revisado e que não o consideramos muito complexo para as assembleias modernas ou tão diferente das outras Orações Eucarísticas, a mais notável diferença textual entre a Missa de São Pio V e a Missa de Paulo VI será as orações do Ofertório da primeira com suas reiteradas referências ao Sacrifício sendo oferecido ou prestes a ser oferecido.
Embora desgostado por pessoas com mentalidade caprichosamente alemã, a antecipação da Anáfora, a Oração de Oblação, na preparação e apresentação dos dons é um aspecto frequente da Liturgia histórica. É ainda mais pronunciada no rito Bizantino, onde as cerimônias de abertura da preparação incluem a perfuração do pão separado para a Eucaristia com uma faca em forma de lança, como uma recordação da lança que perfurou o lado do Salvador. Além disso, nesta Liturgia, ao passo em que o pão e o vinho dedicados são transladados para o altar durante a Grande Entrada, o coro canta: "Nós, que misticamente representamos os Querubins e cantamos à vivificante Trindade um hino trinamente santo, afastemos de nós todo pensamento mundano, a fim de acolhermos, o Rei do universo, que vem escoltado por invisíveis milícias angelicais", ainda que o "Rei" "venha" apenas no sentido de que os dons dedicados são agora trazidos a fim de que possam ser oferecidos no Santo Sacrifício, estando para ser convertidos na Presença real dele e recebidos como o fruto do seu Sacrifício. 

Grande Entrada dos dons na Divina Liturgia

Para a mente adoradora de um cristão bizantino, embora sejam ainda imagens do Corpo e do Sangue do Senhor, o Rei misteriosamente vem com eles, já que ele virá neles durante a consagração. O momento litúrgico não é apenas um momento ordinário. Este é um dos argumentos da Dra. Catherine Pickstock do Emmanuel College, em Cambridge, em sua defesa do rito Romano em "Para além do escrito: a consumação litúrgica da filosofia".
Assim, no Ofertório Plano [romano], que é bem mais recheado do que o do Uso Dominicano, ao qual estou particularmente mais familiarizado, o celebrante ora ao Pai para que aceite a immaculatam hostiam (hóstia sem mancha). Ele chama o vinho oferecido de calicem salutaris (cálice da salvação). Naquilo que se pode chamar de ‘epiclese do ofertório’ ele pede ao Espírito santificador (Veni sanctificator) que venha e abençoe os dons sacrificais, "preparados para a glória do vosso nome". E na oração que conclui, Suscipe sancta Trinitas, ele suplica ao triuno Senhor para que faça com que hanc oblationem ("esta oferenda") possa honrar a Mãe de Deus e os santos, bem como seja proveitosa para nossa própria salvação.
No risco de soar como o Msr. Ronald Knox, dirigindo-se a alunas no livro "A Missa em Câmera Lenta", é como se a Igreja não pudesse pela Oração da Oblação e, sobretudo, pela Consagração, momento em que seus dons, que representam a ela mesma, serão transformados no Dom de Cristo, que não simplesmente o representa, mas que o encarna em seu Sacrifício por ela. Assim é a Esposa impaciente pelas Núpcias na Cruz, pelo Mistério Pascal, cujo pensamento é tão fascinante que atrai para si, por antecipação, aquilo que está começando a se realizar. A perca dessas orações debilita o caminho a que deveríamos nos habituar para habitar o tempo Eucarístico e, como digo, também enfraquece o sentido da Missa como Sacrifício.
Coloco em parênteses que a orientação comum do sacerdote e do povo é, usando de modéstia, altamente apropriada à atitude permeada de Sacrifício do Antiquus Ordo, ainda que a Missa  de frente para o povo ou mais ou menos, em altares laterais, não fosse inteiramente desconhecida, historicamente falando. Entre as Liturgias Católicas a orientação comum é normal. Como escreveu um intérprete da Liturgia Etíope (um palestrista do Seminário Maior da Eparquia de Adigrat):


Voltar-se para o Oriente significa que o protagonista da celebração é Cristo, o Sumo Sacerdote, e que a vida que recebemos é a vida Trinitária... Na 'anamnese' da Anáfora dos Apóstolos [uma das Orações Eucarísticas Etíopes] o sacerdote, representando toda a assembleia, diz: 'Nós vos damos graças, Senhor, porque nos tornastes dignos do privilégio de estar de pé diante de vós e de vos oferecer este serviço sacerdotal'. É lógico, portanto, que aquele que recebe esteja voltado para aquele que dá; aquele que pede esteja voltado para aquele a quem se dirige o pedido.


Eu dou o primeiro lugar ao tema do Sacrifício, no que podemos aprender do Rito de São Pio V, porque o conteúdo inteiro da teologia Eucarística Católica é melhor examinado do ponto de vista da Missa como Sacrifício. A Sagrada Comunhão, por exemplo, é melhor apresentada não simplesmente como o encontro pessoal com nosso Senhor no Sacramento, mas um encontro com ele, o Cordeiro imolado e glorificado, que morreu por mim e que abriu um caminho novo e vivo na presença do Pai, no Santo dos Santos. É claro, podemos trazer-lhe todas as nossas aspirações, preocupações, ansiedades no momento da Sagrada Comunhão, mas esses pensamentos sempre deveriam estar relacionados ao centro, que também explica porque é desejável um momento de ação de graças após a Comunhão, e o que é aquilo pelo que podemos dar graças semanalmente ou até diariamente. Tenho inveja dos galeses, pela maneira como sua língua chama a Missa, ou como entendi: "Yr Offeren" ("A Oblação").

A Missa de Pio V: as ‘Apologias’


Outro ponto a que eu gostaria de chamar atenção, relevante para os padres, é o papel das assim chamadas ‘Apologias’ no Rito de São Pio V. As ‘Apologias’ são o nome que os historiadores litúrgicos dão para as orações semi-secretas, adicionadas quando o Rito Romano chegou ao norte dos Alpes, no Reino dos Francos, nas quais o sacerdote expressa sua própria indignidade e, provavelmente também, de sua assembleia quando vem para a celebração desses ritos. Apesar de três destas “Apologias” terem sobrevivido na recente reforma litúrgica – antes da Comunhão, onde há a escolha de duas, e nas abluções onde há uma – elas são mais persistentes no rito mais antigo, notavelmente nas orações ao pé do altar; no momento de subir ao altar, na oração “Aufer a nobis”; novamente, ao se inclinar diante do altar para o beijar depois de dizer a oração; nas orações do ofertório, e nas duas orações combinadas antes da Comunhão do sacerdote e a oração seguinte, “Corpus tuum”, omitida no Novus Ordo, nas abluções. Dado o perigo de uma excessiva familiaridade com este sacramento, o qual alguns de nós somos obrigados a celebrar diariamente, sendo que todos somos aconselhados a celebrar diariamente, e a possibilidade sempre presente, daí, de banalização e trivialização, eu acho que deveríamos encontrar um auxílio nessas orações deveras salutares.
Isto pode parecer dar vazão a uma consideração puramente  pragmática ou, melhor, pastoral, mais do que a algo que tenha a ver com teologia dogmática. Mas as 'Apologias' procuram trazer de volta nossa real e sobrenatural situação na Liturgia Eucarística. Elas o fazem enfatizando que o contraste entre o pecado e a graça jamais pode ser expresso de uma maneira bem viva. No Rito Etíope, a resposta do povo ao convite do diácono para oferecer o ósculo da paz - possivelmente, em nossa moderna experiência litúrgica no Ocidente, o momento mais 'horizontal’ ou mesmo secular que conhecemos na Igreja – é: “Ó Cristo, nosso Deus, tornai-nos dignos de nos saudarmos com um ósculo santo, e participarmos sem condenação do vosso dom sagrado, imortal e celeste...” Isto é um equivalente das 'Apologias' sacerdotais do Usus Antiquior. No ósculo, como ainda mais na Sagrada Comunhão, temos que tomar cuidado ao sermos humanos, humanos demais, mais do que se estivéssemos vendo tudo sob a perspectiva da Redenção. Obviamente, é pelo ósculo moderno ocidental ser experimentado como uma saída desta perspectiva e, assim, tornando-se um desincentivo à preparação para a Sagrada Comunhão, que um recente Sínodo dos Bispos pediu ao Papa Bento para refletir sobre mudá-lo do lugar em que tem permanecido em Roma por cerca de 1500 anos: desde os ritos medievais, o Rito de São Pio V e o Novus Ordo.

Forma tradicional de oferecer a paz no Rito Romano

O problema com o ósculo é, contudo, seu gesto e não o seu local. A beleza do local romano tradicional é o que permite com que seja aparente que a paz irradia da Presença sobre o altar, algo especialmente claro no Uso Dominicano, onde o celebrante beija o cálice antes de declarar a paz, mostrando assim de onde vem a paz. Peter de Troyes, teólogo do séc. XII, diz que o fruto "verdadeiro, próprio e sacramental" corpo de Cristo na Eucaristia é a "caro mystica" (a "carne mística"), de uma Igreja que se torna um corpo social por este sacramento, capaz de realizá-lo em seu poder de criar a paz e a concórdia sobrenaturais.

A Missa de São Pio V: reverência



A terceira coisa que me parece mais óbvia é quão oportunas são, para a doutrina da Presença Real, suas expressões de reverência. Agora, se estávamos procurando uma Liturgia histórica que é forte no tema teológico da Eucaristia como fundamento da comunhão da Igreja, ou o tema doutrinal da Eucaristia como antegosto da Era vindoura, não devemos olhar nesta direção. Devemos preferir olhar, ao invés, para o Oriente. A Constituição sobre a Liturgia, do Concílio Vaticano II, cujas provisões práticas dizem respeito exclusivamente à Missa do Rito Romano, teve um preâmbulo teórico que trata da Eucaristia em todas as Liturgias da Igreja, e talvez seja por isso que a Sacrosanctum Concilium tenha sido mais vigorosa na dimensão escatológica do culto do que a Mediator Dei. Mas para percepção da Presença, bem como do Sacrifício Eucarístico, é a Missa de São Pio V a que me voltaria.
Não estou pensando apenas na linguagem consistentemente aumentada com que se fala das oblatas, mesmo, como vimos, durante o rito do Ofertório. É também uma questão de um vocabulário de gestos. Os múltiplos sinais da Cruz sobre a Hóstia e o Cálice, quer antes da consagração para os santificar, quer depois, indicando sua santidade (se feitos com dignidade e não do jeito que levou os visitantes Vitorianos a pensarem que os padres tinham problemas com moscas nas igrejas italianas), são eles mesmos uma lição. O mesmo se poderia dizer das repetidas genuflexões e, de modo semelhantes, das rubricas relacionadas ao cuidado que se deve ter com as partículas da Hóstia (o que deveríamos observar sem, contudo, cair em escrúpulos neste assunto). Estes gestos de reverência pontuando o Cânon e, especialmente, acompanhando as palavras da consagração, "construiu", como disse Dom Cassian Folsom, "um muro de proteção ao redor deste momento sagrado da Missa e assim reforçou a teologia Eucarística Católica". Foi antropologicamente ingênuo pensar que sua retirada não teria efeito algum nas atitudes do povo ou mesmo do clero.
Isto diz respeito à realização do Sacramento, porém também há a questão da sua recepção. O modo de receber a Comunhão neste rito é uma magnífica expressão da teologia Eucarística, especialmente se a toalha da mesa da comunhão é também usada para cobrir as mãos e para indicar que é um alimento sagrado, este do qual nos aproximamos. O altar é um sepulcro para o Cristo morto e um trono para o Salvador ressurgido, mas é também uma mesa da qual a mesa da comunhão é uma extensão.
Nós certamente podemos aprender da Missa mais antiga como ter uma recepção mais reverente no rito reformado. Se não é possível ajoelhar-se para a Comunhão, então deveríamos introduzir o gesto anterior de reverência, o qual pedem os documentos oficiais. Se a Comunhão direto na língua não é possível, deveríamos explicar ao povo que, quando, na Igreja Antiga, a Comunhão era recebida na mão, sempre o era na mão direita, a mão da dignidade, que era tratada como uma espécie de patena para a Comunhão, da qual a hóstia era levada diretamente para a boca, algo que pode fácil e adequadamente ser feito, se ao mesmo tempo se faz o que Fortescue e O’Connell chamam de "uma inclinação moderada". Isto seria aprendido do espírito do Antiquus Ordo, embora não de sua letra, mas ao menos seria melhor do que nada.
Eu gostaria de saber por quais razões o cálice era administrado aos fiéis neste rito, pelo fim do séc. XVI e começo do séc. XVII, em grandes áreas da Europa central. É boa teologia dizer que, enquanto nada se acrescenta à perfeição do efeito sacramental para o comungante quando o cálice é oferecido, algo se ganha em termos de perfeição do sinal. As situações previstas para a administração do cálice na Sacrosanctum Concilium, tais como a Missa da profissão solene de um monge ou a Missa seguindo o batismo de um catecúmeno, poderiam provavelmente se acomodar muito facilmente à Missa de São Pio V. Não deve ser muito conhecido que de 1564 em diante os Papas permitiram a vários metropolitas no Sacro Império Romano a dar licença para a administração do cálice para todos os fiéis. Isto continuou em alguns lugares por cerca de sessenta anos, tão obviamente como um ato ritual teve parte na Missa de São Pio V. Evidentemente, não se trata de algo requerido pelo rito, mas também não se pode considerar completamente alheio a ele, historicamente falando. O ministro na Missa Solene deveria ser, presume-se, o diácono e, de outro modo, o celebrante. O equivalente no Novus Ordo seria a administração pelo sacerdote, o diácono ou um acólito instituído, adequadamente vestido. Dado que o Cristo inteiro é recebido sub specie panis, não me é claro como pode ser tratado da maneira correta o caso dos ministros extraordinários.
Espero que essas ruminações desconexas e fora do lugar sejam possivelmente de proveito, na linha do desejo do Papa Bento de recuperação de uma vida litúrgica mais autêntica pela exploração simultânea (no melhor sentido da palavra) das variadas riquezas litúrgicas da Igreja. Nós podemos fazer algo pelas Missas paroquiais ordinárias aprendendo do espírito do rito mais antigo, até que tenhamos uma reforma mais adequada, integrando o melhor do Ocidente pré-moderno bem como, sem dúvida, tomando algo mais daqueles empréstimos esporádicos do Oriente, o que tem sido uma característica da história litúrgica do Catolicismo Ocidental, já que estamos impedidos de fazer tanto quanto podemos desejar.

[Reimpresso de Mass of Ages, revista quinzenal da Latin Mass Society of Great Britain, n. 162/Nov. 2009; para mais informações sobre a The Latin Mass Society, visite http://www.latin-mass-society.org/]

Fonte: ARS
Tradução: Luís Augusto - membro da ARS